La Cristología de los Escolásticos y los Reformadores
ESCOLASTICISMO ES EL NOMBRE con que se designa la teología de la edad media. Este movimiento intelectual tuvo sus raíces en el renovado interés hacia el estudio de la filosofía, por un lado, y el avivamiento del misticismo pietista que surgió a principios del siglo XII. Los escolásticos procuraban reconciliar el dogma con la razón y establecer un sistema ordenado de doctrina, generalmen‐te conocido como suma teológica. Los escolásticos no hicieron ninguna contribución original al estudio de la exégesis o de la teología bíblica. Por lo general, aceptaban las conclusiones de los concilios sin objeción y se sujetaban a la autoridad de las Escrituras. Partiendo de la premisa de que toda verdad es de Dios, los escolásticos apelaban a la filosofía platónica, la lógica aristotélica y a otras fuentes seculares que apoyasen sus conclusiones.
Abelardo y Lombardo
Pedro Abelardo (1079–1142) sobresalió como teólogo crítico. Fue un hombre cuidadosamente preparado en la literatura clásica y con una indiscutible capacidad para debatir los temas tanto filosóficos como teológicos que ocupaban la atención de los estudiantes de aquellos tiempos.
En cuanto a la doctrina de Cristo, Abelardo seguía el patrón occidental, particularmente las enseñanzas de San Agustín. Sin embargo, los razonamientos filosóficos de Abelardo lo hicieron vulnerable a acusaciones de que era modalista, arriano y nestoriano. La sospecha de modalista proviene de su afirmación de que «Dios, como poder, es Padre; como sabiduría, es el Hijo; como amor, el Espíritu». Su declaración de que en Cristo hay una persona con dos sustancias o naturalezas era aceptable, pero no clara, de modo que algunos veían tintes de arrianismo en su enseñanza. Finalmente, al decir que «Cristo es el hombre asumido por el Logos», se acercaba demasiado al concepto de las dos personalidades sostenido por el nestorianismo. Puede decirse, por lo tanto, que Abelardo contribuyó muy poco o casi nada a la discusión cristológica y lo que dijo quedaba sujeto a interpretaciones desafortunadas.
Pedro Lombardo, reconocido como «el padre de la teología sistemática», fue, sin duda, la personalidad más significativa e influyente de la prmera mitad del período escolástico. Su famosa obra, Cuatro Libros de Sentencias, fue el libro de texto por excelencia hasta que apareció la Suma Teológica de Tomás de Aquino. En el área de la cristología, Lombardo siguió de cerca las fórmulas adoptadas por los distintos concilios. Se refiere al hecho de que la segunda Persona de la Trinidad asumió una naturaleza humana impersonal. El Logos tomó para sí la carne y el alma, pero no la persona de un hombre. Pedro Lombardo, sin embargo, confrontaba problemas con respecto a la humanidad de Cristo. En la encarnación, según Lombardo, «el Logos tomó la naturaleza humana sólo como una vestidura para hacerse visible ante los ojos de los hombres». Debido a que Lombardo, siguiendo las fórmulas de los varios concilios, declaró que la naturaleza humana de Cristo no debe de concebirse como personal, algunos entendieron tal afirmación como que «Cristo, según su naturaleza humana, no es ni una persona ni nada». Sin embargo, los que acusaban a Lombardo de creer cosa semejante no pudieron encontrar nada en sus escritos que sugiriese tal creencia en el gran escolástico. En resumen, Pedro Lombardo deseaba expresar tan enfáticamente el carácter impersonal de la naturaleza humana de Cristo que se expuso a fuertes críticas y a acusaciones tales como sabelianismo, docetismo, arrianismo, etc., aunque es evidente que ni enseñaba ni creía ninguna de esas herejías.
La teología del siglo XIII tuvo su mejor expresión en Santo Tomás de Aquino. Tomás de Aquino fue el hijo de un aristócrata italiano. Estudió con el gran maestro Alberto el Magno y fue miembro de la orden de los dominicos. Fue profesor de teología en París, Nápoles y Roma. Escribió comentarios sobre Aristóteles, el Antiguo y el Nuevo Testamento. Su obra cumbre, la Suma Teológica, fue reconocida como la teología oficial de la Iglesia Católica Romana. Por su gran erudición y contribución a la literatura teológica, Tomás de Aquino ha sido llamado el «Doctor Angélico». La cristología de Tomás de Aquino no era original en ningún sentido, sino que se apegó al dogma tradicional de la iglesia expresado a través de los concilios. Fue influido por los escritos de Cirilo de Alejandría de manera decisiva. Aquino mantenía que el Logos‐persona había tomado para sí naturaleza humana impersonal. En esto, era de un mismo pensar con Pedro Lombardo. Al igual que muchos de sus contemporáneos, Tomás de Aquino confrontaba serias dificultades en expresar la relación entre las dos naturalezas de Cristo. Sin embargo, en términos generales, puede decirse que el Doctor Angélico seguía la línea tradicional mantenida por la iglesia tocante a la Persona de Cristo. Una mención, aunque sea breve, debe de hacerse tocante a la cristología de Juan Duns Escoto. Nacido en la segunda mitad del siglo XIII (entre los años 1265 y 1274), Escoto representa el período final del escolasticismo. El énfasis principal de la cristología de Escoto estaba sobre la humanidad de Cristo, aunque distinguía la existencia de dos naturalezas en la Persona del Señor. Es evidente que Escoto dedicó más tiempo al estudio de las características de la humanidad de Cristo que la mayoría de los escolásticos. Se expresó tocante al conocimiento de Jesús, diciendo que, debido a la unión con el Logos, «poseía por lo menos un conocimiento inherente de todas las universales, pero que estaba sujeto a la necesidad de obtener conocimiento progresivo de las cosas individuales y accidentales de modo que Lucas 2:40 debe de ser entendido como un progreso real». La unión de las dos naturalezas guarda una relación de subordinación. La naturaleza humana está subordinada a la divina, pero la naturaleza divina no es en modo alguno limitada por su relación con la humana.
En resumen, como en muchas otras doctrinas, la cristología de los escolásticos siguió muy de cerca las conclusiones de los concilios (desde Nicea hasta Constantinopla III). Si bien es cierto que los teólogos de la Edad Media, incluyendo a Abelardo, Lombardo, Aquino, Escoto, Guillermo de Occam y otros, muchas veces apelaban con mayor frecuencia a los argumentos filosóficos que a las Escrituras, también es cierto que fueron hombres que podían pensar teológicamente. Aunque el escolasticismo no se caracterizó por grandes avances en el desarrollo de las doctrinas, sí preparó el camino para los reformadores.
LA CRISTOLOGIA DE LOS REFORMADORES
Una de las grandes bendiciones relacionadas con la reforma del siglo XVI fue el énfasis dado al estudio de las Escrituras. También se dio énfasis a la interpretación histórico‐gramatical del texto bíblico. Como ha escrito Berkouwer:
Pero la verdadera revolución en la hermenéutica surgió con el período de la reforma. No fue Erasmo, sino Lutero, y especialmente Calvino, quien deseaba oír de nuevo lo que el texto mismo dice, y estuvieron más conscientes de los peligros de una interpretación arbitraria. Cierto que nada supera en importancia para el estudio de cualquier doctrina de las Escrituras tanto como una hermenéutica correcta. Un sistema de interpretación defectuoso desembocará irremisiblemente en una teología defectuosa. En ninguna otra área de la teología ese hecho ha sido más evidente que en la cristología.
La cristología de Lutero
La teología de Martín Lutero era eminentemente cristocéntrica. El gran reformador abrazó el dogma cristológico de la iglesia primitiva. Para él no había otro Dios fuera de Cristo. Lutero afirmó que Jesucristo es verdadero Dios, nacido del Padre en la eternidad, y también verdadero hombre, nacido de la virgen María. Reconoció la coexistencia de las dos naturalezas en la Persona de Cristo. Lutero enfatizaba el hecho de que Cristo es una sola persona y que no sólo Su naturaleza humana sufrió en la cruz, sino la totalidad de Su persona.
Martín Lutero enfatizaba, además, la verdadera humanidad de Cristo. El gran reformador reconocía la existencia de una estrecha relación entre la Persona y la Obra de Cristo. Tal vez, su comentario sobre el texto de Juan 1:14 expresa de manera elocuente el pensamiento de Lutero mejor que cualquier otra cosa que pudiese decirse: Al principio del capítulo, el evangelista llamó al Verbo Dios, luego una Luz que venía al mundo y creó el mundo pero no fue aceptado por el mundo. Ahora usa el vocablo «carne». El condescendió para asumir mi carne y sangre, mi cuerpo y alma. No se hizo un ángel y otra criatura sublime; se hizo hombre. Esta es una demostración de la misericordia de Dios hacia seres humanos maduros; el corazón humano no es capaz de comprenderlo, mucho menos explicarlo.
Comentando Juan 1:1, Lutero expresa:
Cuando Dios creaba a los ángeles, el cielo, la tierra y todo lo que contiene, y todas las cosas comenzaron a existir, el Verbo ya existía. ¿Cuál era su condición? ¿Dónde estaba El? A eso San Juan da una respuesta tan buena como lo permite el tema: «El era con Dios, y El era Dios.» Eso equivale a decir: El era con Dios y por Dios; El era Dios en sí mismo; El era el Verbo de Dios. El Evangelista claramente distingue entre el Verbo y la Persona del Padre. Hace énfasis en el hecho de que el Verbo es una Persona distinta de la Persona del Padre. Para Lutero «el Jesús histórico es la revelación de Dios». Mantenía, además, «la doctrina de las dos naturalezas y su unión inseparable en la Persona del Logos». En estas afirmaciones, Lutero manifestaba su ortodoxia bíblica. Sin embargo, la cristología de Lutero ha sido impugnada a raíz de la afirmación luterana de que la naturaleza humana de Cristo participa de los artibutos de Su naturaleza divina. Una implicación de tal postura es el concepto luterano de la omnipresencia del cuerpo de Cristo. De ahí se deriva la creencia de que, en la Cena del Señor, los elementos del pan y el vino contienen el cuerpo de Cristo. No obstante, a pesar de esa desviación, Lutero y el luteranismo ortodoxo sostienen sin reserva la cristología tradicional expresada por los concilios eclesiásticos.
La cristología de Calvino
Juan Calvino fue, sin duda, el gran teólogo de la Reforma. Su obra cumbre, Institución de la Religión Cristiana, dio expresión a la teología reformada y ha servido de base para muchos estudios posteriores. Calvino se suscribía sin titubeos al credo de Calcedonia. Afirmaba que Cristo es una Persona divina quien asumió naturaleza humana en el acto de la encarnación.
También reconocía Calvino la humanidad de Cristo, expresándolo de este modo:
Respecto a la afirmación que «el Verbo fue hecho carne» (Jn. 1:14), no hay que entenderla como si se hubiera convertido en carne, o mezclado confusamente con ella; sino que en el seno de María ha tomado un cuerpo humano como templo en el que habitar; de modo que el que era Hijo de Dios se hizo también hijo del hombre; no por confusión de la sustancia, sino por unidad de la Persona. Porque nosotros afirmamos que de tal manera se ha asumido, que cada una de estas dos naturalezas retiene íntegramente su propiedad, y sin embargo ambas constituyen a Cristo.
Es cierto que Calvino enfatizó la realidad de las dos naturalezas en la Persona de Cristo, pero no por ello dejó de hacer hincapié en la unidad de la Persona de nuestro Señor. Es así que refirió a Nestorio con estas palabras:
Debemos sentir horror de la herejía de Nestorio, el cual dividiendo, más bien que distinguiendo las naturalezas de Jesucristo, se imaginaba en consecuencia un doble Cristo. El repudio de Calvino del error de Eutiques fue rotundo. Calvino reconoció lo que la Biblia enseña con toda claridad, es decir, que en la Persona del Cristo histórico se manifiestan tanto los atributos de humanidad como los de deidad. De modo que Calvino mantenía la fe tradicional de la iglesia expresada en las fórmulas conciliares. Sus naturalezas, la humana y la divina, que no podían ser separadas ni confundidas, pero que sí pueden ser distinguidas.
El trinitarismo de Juan Calvino se puso de manifiesto en su refutación y condena de Miguel Servet. De origen español, Servet procedía de una familia estrictamente ortodoxa. Se trasladó a Francia, huyendo de la inquisición y allí comenzó a estudiar las Escrituras. Parece ser, sin embargo, que Servet se adentró en estudios de naturaleza más filosófica que teológica. Esto le indujo a rechazar todo aquello que no pudiese ser demostrado por medio de la razón y la lógica. De modo que Servet concluyó que «el Hijo de Dios no puede ser eterno ya que era una combinación efectuada en un punto de tiempo de el Verbo eterno y el hombre Cristo Jesús».
Calvino rechazó la tesis de Servet que negaba la eternidad, la deidad de Cristo y, en cierto sentido, la verdadera humanidad de Cristo. Dijo Calvino: «Su astucia tiende a que, destruida la distinción entre las dos naturalezas, Cristo quede reducido a una especie de mezcla y de composición hecha de Dios y de hombre, y que, sin embargo, no sea tenido ni por Dios ni por hombre.» En resumen, la cristología de Calvino, al igual que la de Lutero, se mantuvo dentro de la corriente ortodoxa de la fe cristiana reconocida a lo largo de la historia de la iglesia. Por supuesto que ha sido necesario refinar algunos de los conceptos expresados por Calvino para que sean mejor comprendidos por otras generaciones, pero, sin duda, el artículo 11 de la Segunda Confesión Helvética, titulado «Jesucristo, Dios y hombre Verdadero y único Salvador del Mundo» expresa con mayor claridad el pensamiento de la teología de Juan Calvino y sus seguidores.
La herejía de Socino
Una nota adicional tocante a la cristología de fines del siglo XVI fue la postura tomada por el italiano Fausto Socino (1539–1604). Socino fue una especie de librepensador quien organizó un grupo que eventualmente se convirtió en una secta anti‐trinitaria. Las ideas de Fausto en realidad se habían originado con su tío Lelio Socino. Lelio mantuvo un período de correspondencia con Calvino, expresando sus dudas tocante a varias doctrinas bíblicas que incluían la de la Trinidad y la muerte vicaria de Cristo. Tanto Lelio como Fausto Socino rechazaban los credos formulados por los concilios. Negaban que la muerte de Cristo hubiese aplacado la ira de Dios. Afirmaban que Cristo es nuestro Salvador únicamente en el sentido de que nos señala el camino de la vida eterna. La salvación del hombre viene como resultado de imitar a Cristo.
Aunque los socinianos decían fundarse en las Escrituras, daban a entender que el Antiguo Testamento, aunque inspirado, era prácticamente superfluo, teniendo valor histórico pero no dogmático. Asimismo admitían que los apóstoles eran capaces de errar en asuntos secundarios. Según Socino, las doctrinas, para ser creídas, deben de estar basadas en las normas estrictas de la lógica. Por esa causa, rechazaban las doctrinas de la Trinidad, la preexistencia de Cristo, la unión de las dos naturalezas y otras más que no pueden demostrarse mediante la lógica.
Los socinianos afirmaban creer que Cristo había sido concebido sobrenaturalmente por la virgen María, pero lo consideraban un simple hombre, enviado al mundo por un Dios benevolente para mostrar al hombre el camino de la salvación, no para morir en lugar del pecador. Es cierto que Socino distinguía a Cristo de todos los demás hombres a causa de Su nacimiento virginal, Su impecabilidad, Su bautismo del Espíritu Santo, pero aún así lo reducía al mero hombre histórico Jesús de Nazaret. Curiosamente, Socino creía que Jesús debía de ser adorado y, aún más, podía llamársele Dios. Sin embargo, afirmaba que Dios no está personalmente presente en Jesús. Desafortunadamente, la cristología de Fausto Socino no desapareció por completo de la vida de la iglesia, sino que con diferente ropaje ha hecho su aparición a lo largo de los siglos. La cristología contemporánea por ejemplo, ha adoptado mucho de las creencias del italiano Socino.
En resumen, tanto los escolásticos de la edad media como los reformadores del siglo XVI aceptaron las formulaciones cristológicas enunciadas por los concilios. Los escolásticos enfocaron el tema más desde el punto de vista filosófico que desde el exegético. Algunos de ellos hacían más hincapié en la humanidad que en la deidad de Cristo, aunque sin negar esta última. Los reformadores partieron, generalmente, de la exégesis del texto bíblico. Usaron una hermenéutica gramático‐histórica y se suscribieron a la cristología tradicional, particularmente a la fórmula de Calcedonia. Con todo eso, hubo brotes de anti‐trinitarismo como en los casos de Miguel Servet y Fausto Socino. No obstante, las bases quedaron establecidas y los parámetros colocados para las discusiones cristológicas subsiguientes.
Shalom y bendiciones
Abelardo y Lombardo
Pedro Abelardo (1079–1142) sobresalió como teólogo crítico. Fue un hombre cuidadosamente preparado en la literatura clásica y con una indiscutible capacidad para debatir los temas tanto filosóficos como teológicos que ocupaban la atención de los estudiantes de aquellos tiempos.
En cuanto a la doctrina de Cristo, Abelardo seguía el patrón occidental, particularmente las enseñanzas de San Agustín. Sin embargo, los razonamientos filosóficos de Abelardo lo hicieron vulnerable a acusaciones de que era modalista, arriano y nestoriano. La sospecha de modalista proviene de su afirmación de que «Dios, como poder, es Padre; como sabiduría, es el Hijo; como amor, el Espíritu». Su declaración de que en Cristo hay una persona con dos sustancias o naturalezas era aceptable, pero no clara, de modo que algunos veían tintes de arrianismo en su enseñanza. Finalmente, al decir que «Cristo es el hombre asumido por el Logos», se acercaba demasiado al concepto de las dos personalidades sostenido por el nestorianismo. Puede decirse, por lo tanto, que Abelardo contribuyó muy poco o casi nada a la discusión cristológica y lo que dijo quedaba sujeto a interpretaciones desafortunadas.
Pedro Lombardo, reconocido como «el padre de la teología sistemática», fue, sin duda, la personalidad más significativa e influyente de la prmera mitad del período escolástico. Su famosa obra, Cuatro Libros de Sentencias, fue el libro de texto por excelencia hasta que apareció la Suma Teológica de Tomás de Aquino. En el área de la cristología, Lombardo siguió de cerca las fórmulas adoptadas por los distintos concilios. Se refiere al hecho de que la segunda Persona de la Trinidad asumió una naturaleza humana impersonal. El Logos tomó para sí la carne y el alma, pero no la persona de un hombre. Pedro Lombardo, sin embargo, confrontaba problemas con respecto a la humanidad de Cristo. En la encarnación, según Lombardo, «el Logos tomó la naturaleza humana sólo como una vestidura para hacerse visible ante los ojos de los hombres». Debido a que Lombardo, siguiendo las fórmulas de los varios concilios, declaró que la naturaleza humana de Cristo no debe de concebirse como personal, algunos entendieron tal afirmación como que «Cristo, según su naturaleza humana, no es ni una persona ni nada». Sin embargo, los que acusaban a Lombardo de creer cosa semejante no pudieron encontrar nada en sus escritos que sugiriese tal creencia en el gran escolástico. En resumen, Pedro Lombardo deseaba expresar tan enfáticamente el carácter impersonal de la naturaleza humana de Cristo que se expuso a fuertes críticas y a acusaciones tales como sabelianismo, docetismo, arrianismo, etc., aunque es evidente que ni enseñaba ni creía ninguna de esas herejías.
La teología del siglo XIII tuvo su mejor expresión en Santo Tomás de Aquino. Tomás de Aquino fue el hijo de un aristócrata italiano. Estudió con el gran maestro Alberto el Magno y fue miembro de la orden de los dominicos. Fue profesor de teología en París, Nápoles y Roma. Escribió comentarios sobre Aristóteles, el Antiguo y el Nuevo Testamento. Su obra cumbre, la Suma Teológica, fue reconocida como la teología oficial de la Iglesia Católica Romana. Por su gran erudición y contribución a la literatura teológica, Tomás de Aquino ha sido llamado el «Doctor Angélico». La cristología de Tomás de Aquino no era original en ningún sentido, sino que se apegó al dogma tradicional de la iglesia expresado a través de los concilios. Fue influido por los escritos de Cirilo de Alejandría de manera decisiva. Aquino mantenía que el Logos‐persona había tomado para sí naturaleza humana impersonal. En esto, era de un mismo pensar con Pedro Lombardo. Al igual que muchos de sus contemporáneos, Tomás de Aquino confrontaba serias dificultades en expresar la relación entre las dos naturalezas de Cristo. Sin embargo, en términos generales, puede decirse que el Doctor Angélico seguía la línea tradicional mantenida por la iglesia tocante a la Persona de Cristo. Una mención, aunque sea breve, debe de hacerse tocante a la cristología de Juan Duns Escoto. Nacido en la segunda mitad del siglo XIII (entre los años 1265 y 1274), Escoto representa el período final del escolasticismo. El énfasis principal de la cristología de Escoto estaba sobre la humanidad de Cristo, aunque distinguía la existencia de dos naturalezas en la Persona del Señor. Es evidente que Escoto dedicó más tiempo al estudio de las características de la humanidad de Cristo que la mayoría de los escolásticos. Se expresó tocante al conocimiento de Jesús, diciendo que, debido a la unión con el Logos, «poseía por lo menos un conocimiento inherente de todas las universales, pero que estaba sujeto a la necesidad de obtener conocimiento progresivo de las cosas individuales y accidentales de modo que Lucas 2:40 debe de ser entendido como un progreso real». La unión de las dos naturalezas guarda una relación de subordinación. La naturaleza humana está subordinada a la divina, pero la naturaleza divina no es en modo alguno limitada por su relación con la humana.
En resumen, como en muchas otras doctrinas, la cristología de los escolásticos siguió muy de cerca las conclusiones de los concilios (desde Nicea hasta Constantinopla III). Si bien es cierto que los teólogos de la Edad Media, incluyendo a Abelardo, Lombardo, Aquino, Escoto, Guillermo de Occam y otros, muchas veces apelaban con mayor frecuencia a los argumentos filosóficos que a las Escrituras, también es cierto que fueron hombres que podían pensar teológicamente. Aunque el escolasticismo no se caracterizó por grandes avances en el desarrollo de las doctrinas, sí preparó el camino para los reformadores.
LA CRISTOLOGIA DE LOS REFORMADORES
Una de las grandes bendiciones relacionadas con la reforma del siglo XVI fue el énfasis dado al estudio de las Escrituras. También se dio énfasis a la interpretación histórico‐gramatical del texto bíblico. Como ha escrito Berkouwer:
Pero la verdadera revolución en la hermenéutica surgió con el período de la reforma. No fue Erasmo, sino Lutero, y especialmente Calvino, quien deseaba oír de nuevo lo que el texto mismo dice, y estuvieron más conscientes de los peligros de una interpretación arbitraria. Cierto que nada supera en importancia para el estudio de cualquier doctrina de las Escrituras tanto como una hermenéutica correcta. Un sistema de interpretación defectuoso desembocará irremisiblemente en una teología defectuosa. En ninguna otra área de la teología ese hecho ha sido más evidente que en la cristología.
La cristología de Lutero
La teología de Martín Lutero era eminentemente cristocéntrica. El gran reformador abrazó el dogma cristológico de la iglesia primitiva. Para él no había otro Dios fuera de Cristo. Lutero afirmó que Jesucristo es verdadero Dios, nacido del Padre en la eternidad, y también verdadero hombre, nacido de la virgen María. Reconoció la coexistencia de las dos naturalezas en la Persona de Cristo. Lutero enfatizaba el hecho de que Cristo es una sola persona y que no sólo Su naturaleza humana sufrió en la cruz, sino la totalidad de Su persona.
Martín Lutero enfatizaba, además, la verdadera humanidad de Cristo. El gran reformador reconocía la existencia de una estrecha relación entre la Persona y la Obra de Cristo. Tal vez, su comentario sobre el texto de Juan 1:14 expresa de manera elocuente el pensamiento de Lutero mejor que cualquier otra cosa que pudiese decirse: Al principio del capítulo, el evangelista llamó al Verbo Dios, luego una Luz que venía al mundo y creó el mundo pero no fue aceptado por el mundo. Ahora usa el vocablo «carne». El condescendió para asumir mi carne y sangre, mi cuerpo y alma. No se hizo un ángel y otra criatura sublime; se hizo hombre. Esta es una demostración de la misericordia de Dios hacia seres humanos maduros; el corazón humano no es capaz de comprenderlo, mucho menos explicarlo.
Comentando Juan 1:1, Lutero expresa:
Cuando Dios creaba a los ángeles, el cielo, la tierra y todo lo que contiene, y todas las cosas comenzaron a existir, el Verbo ya existía. ¿Cuál era su condición? ¿Dónde estaba El? A eso San Juan da una respuesta tan buena como lo permite el tema: «El era con Dios, y El era Dios.» Eso equivale a decir: El era con Dios y por Dios; El era Dios en sí mismo; El era el Verbo de Dios. El Evangelista claramente distingue entre el Verbo y la Persona del Padre. Hace énfasis en el hecho de que el Verbo es una Persona distinta de la Persona del Padre. Para Lutero «el Jesús histórico es la revelación de Dios». Mantenía, además, «la doctrina de las dos naturalezas y su unión inseparable en la Persona del Logos». En estas afirmaciones, Lutero manifestaba su ortodoxia bíblica. Sin embargo, la cristología de Lutero ha sido impugnada a raíz de la afirmación luterana de que la naturaleza humana de Cristo participa de los artibutos de Su naturaleza divina. Una implicación de tal postura es el concepto luterano de la omnipresencia del cuerpo de Cristo. De ahí se deriva la creencia de que, en la Cena del Señor, los elementos del pan y el vino contienen el cuerpo de Cristo. No obstante, a pesar de esa desviación, Lutero y el luteranismo ortodoxo sostienen sin reserva la cristología tradicional expresada por los concilios eclesiásticos.
La cristología de Calvino
Juan Calvino fue, sin duda, el gran teólogo de la Reforma. Su obra cumbre, Institución de la Religión Cristiana, dio expresión a la teología reformada y ha servido de base para muchos estudios posteriores. Calvino se suscribía sin titubeos al credo de Calcedonia. Afirmaba que Cristo es una Persona divina quien asumió naturaleza humana en el acto de la encarnación.
También reconocía Calvino la humanidad de Cristo, expresándolo de este modo:
Respecto a la afirmación que «el Verbo fue hecho carne» (Jn. 1:14), no hay que entenderla como si se hubiera convertido en carne, o mezclado confusamente con ella; sino que en el seno de María ha tomado un cuerpo humano como templo en el que habitar; de modo que el que era Hijo de Dios se hizo también hijo del hombre; no por confusión de la sustancia, sino por unidad de la Persona. Porque nosotros afirmamos que de tal manera se ha asumido, que cada una de estas dos naturalezas retiene íntegramente su propiedad, y sin embargo ambas constituyen a Cristo.
Es cierto que Calvino enfatizó la realidad de las dos naturalezas en la Persona de Cristo, pero no por ello dejó de hacer hincapié en la unidad de la Persona de nuestro Señor. Es así que refirió a Nestorio con estas palabras:
Debemos sentir horror de la herejía de Nestorio, el cual dividiendo, más bien que distinguiendo las naturalezas de Jesucristo, se imaginaba en consecuencia un doble Cristo. El repudio de Calvino del error de Eutiques fue rotundo. Calvino reconoció lo que la Biblia enseña con toda claridad, es decir, que en la Persona del Cristo histórico se manifiestan tanto los atributos de humanidad como los de deidad. De modo que Calvino mantenía la fe tradicional de la iglesia expresada en las fórmulas conciliares. Sus naturalezas, la humana y la divina, que no podían ser separadas ni confundidas, pero que sí pueden ser distinguidas.
El trinitarismo de Juan Calvino se puso de manifiesto en su refutación y condena de Miguel Servet. De origen español, Servet procedía de una familia estrictamente ortodoxa. Se trasladó a Francia, huyendo de la inquisición y allí comenzó a estudiar las Escrituras. Parece ser, sin embargo, que Servet se adentró en estudios de naturaleza más filosófica que teológica. Esto le indujo a rechazar todo aquello que no pudiese ser demostrado por medio de la razón y la lógica. De modo que Servet concluyó que «el Hijo de Dios no puede ser eterno ya que era una combinación efectuada en un punto de tiempo de el Verbo eterno y el hombre Cristo Jesús».
Calvino rechazó la tesis de Servet que negaba la eternidad, la deidad de Cristo y, en cierto sentido, la verdadera humanidad de Cristo. Dijo Calvino: «Su astucia tiende a que, destruida la distinción entre las dos naturalezas, Cristo quede reducido a una especie de mezcla y de composición hecha de Dios y de hombre, y que, sin embargo, no sea tenido ni por Dios ni por hombre.» En resumen, la cristología de Calvino, al igual que la de Lutero, se mantuvo dentro de la corriente ortodoxa de la fe cristiana reconocida a lo largo de la historia de la iglesia. Por supuesto que ha sido necesario refinar algunos de los conceptos expresados por Calvino para que sean mejor comprendidos por otras generaciones, pero, sin duda, el artículo 11 de la Segunda Confesión Helvética, titulado «Jesucristo, Dios y hombre Verdadero y único Salvador del Mundo» expresa con mayor claridad el pensamiento de la teología de Juan Calvino y sus seguidores.
La herejía de Socino
Una nota adicional tocante a la cristología de fines del siglo XVI fue la postura tomada por el italiano Fausto Socino (1539–1604). Socino fue una especie de librepensador quien organizó un grupo que eventualmente se convirtió en una secta anti‐trinitaria. Las ideas de Fausto en realidad se habían originado con su tío Lelio Socino. Lelio mantuvo un período de correspondencia con Calvino, expresando sus dudas tocante a varias doctrinas bíblicas que incluían la de la Trinidad y la muerte vicaria de Cristo. Tanto Lelio como Fausto Socino rechazaban los credos formulados por los concilios. Negaban que la muerte de Cristo hubiese aplacado la ira de Dios. Afirmaban que Cristo es nuestro Salvador únicamente en el sentido de que nos señala el camino de la vida eterna. La salvación del hombre viene como resultado de imitar a Cristo.
Aunque los socinianos decían fundarse en las Escrituras, daban a entender que el Antiguo Testamento, aunque inspirado, era prácticamente superfluo, teniendo valor histórico pero no dogmático. Asimismo admitían que los apóstoles eran capaces de errar en asuntos secundarios. Según Socino, las doctrinas, para ser creídas, deben de estar basadas en las normas estrictas de la lógica. Por esa causa, rechazaban las doctrinas de la Trinidad, la preexistencia de Cristo, la unión de las dos naturalezas y otras más que no pueden demostrarse mediante la lógica.
Los socinianos afirmaban creer que Cristo había sido concebido sobrenaturalmente por la virgen María, pero lo consideraban un simple hombre, enviado al mundo por un Dios benevolente para mostrar al hombre el camino de la salvación, no para morir en lugar del pecador. Es cierto que Socino distinguía a Cristo de todos los demás hombres a causa de Su nacimiento virginal, Su impecabilidad, Su bautismo del Espíritu Santo, pero aún así lo reducía al mero hombre histórico Jesús de Nazaret. Curiosamente, Socino creía que Jesús debía de ser adorado y, aún más, podía llamársele Dios. Sin embargo, afirmaba que Dios no está personalmente presente en Jesús. Desafortunadamente, la cristología de Fausto Socino no desapareció por completo de la vida de la iglesia, sino que con diferente ropaje ha hecho su aparición a lo largo de los siglos. La cristología contemporánea por ejemplo, ha adoptado mucho de las creencias del italiano Socino.
En resumen, tanto los escolásticos de la edad media como los reformadores del siglo XVI aceptaron las formulaciones cristológicas enunciadas por los concilios. Los escolásticos enfocaron el tema más desde el punto de vista filosófico que desde el exegético. Algunos de ellos hacían más hincapié en la humanidad que en la deidad de Cristo, aunque sin negar esta última. Los reformadores partieron, generalmente, de la exégesis del texto bíblico. Usaron una hermenéutica gramático‐histórica y se suscribieron a la cristología tradicional, particularmente a la fórmula de Calcedonia. Con todo eso, hubo brotes de anti‐trinitarismo como en los casos de Miguel Servet y Fausto Socino. No obstante, las bases quedaron establecidas y los parámetros colocados para las discusiones cristológicas subsiguientes.
Shalom y bendiciones
Publicado por
Pr. Ramiro Solís
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentarios:
CRISTOLOGÍA DE LA TRASCENDENCIA HUMANA DE CRISTO: La Epístola apócrifa de los Hechos de Felipe, expone al cristianismo como continuación de la educación en los valores de la paideia griega (cultivo de sí). Que tenía como propósito educar a la juventud en la “virtud” (desarrollo de la espiritualidad mediante la práctica continua de ejercicios espirituales, a efecto de prevenir y curar las enfermedades del alma, para alcanzar la trascendencia humana) y la “sabiduría” (cuidado de la verdad, mediante el estudio de la filosofía, la física y la política, a efecto de alcanzar la sociedad perfecta). El educador utilizando el discurso filosófico, más que informar trataba de inducir transformaciones buenas y convenientes para si mismo y la sociedad, motivando a los jóvenes a practicar las virtudes opuestas a los defectos encontrados en el fondo del alma, a efecto de adquirir el perfil de humanidad perfecta (cero defectos) __La vida, ejemplo y enseñanzas de Cristo, ilustra lo que es la trascendencia humana y como alcanzarla. Y por su autentico valor propedéutico, el apóstol Felipe introdujo en los ejercicios espirituales la paideia de Cristo (posteriormente enriquecida por San Basilio, San Gregorio, San Agustín y San Clemente de Alejandría, con el pensamiento de los filósofos greco romanos: Aristóteles, Cicerón, Diógenes, Isócrates, Platón, Séneca, Sócrates, Marco Aurelio,,,), a fin de alcanzar los fines últimos de la paideia griega siguiendo a Cristo. Meta que no se ha logrado debido a que la letrina moral del Antiguo Testamento, al apartar la fe de la razón, castra mentalmente a sus seguidores extraviándolos hacia la ecumene abrahámica que conduce al precipicio de la perdición eterna (muerte espiritual)__ El reto actual, es formular un cristianismo laico que se pueda vivir y practicar, no en y desde lo religioso y lo sagrado, sino en y desde el humanismo, la pluralidad y el sincretismo, a fin de afrontar con éxito los retos de la modernidad. Es tiempo de rectificar retomando la paideia griega de Cristo (cristianismo grecorromano), separando de nuestra fe el Antiguo Testamento y su religión basura que han impedido a los pueblos cristianos alcanzar la supra humanidad. Pierre Hadot: Ejercicios Espirituales y Filosofía Antigua. Editorial Siruela. http://es.scribd.com/doc/33094675/BREVE-JUICIO-SUMARIO-AL-JUDEO-CRISTIANISMO-EN-DEFENSA-DE-LAS-RAICES-CRISTIANAS-DE-EUROPA-LAICA
Publicar un comentario
Muchas gracias por escribir, que el Señor te bendiga siempre.
Att. Pr. Ramiro